“Mis hijos saben que no nacieron ricos. Yo siempre les digo: ‘Nosotros no somos ricos… yo soy rico.’”
Tengo seis hijos maravillosos y no tengo problemas con ninguno de ellos. Siempre les he dejado claro: no necesitamos otro jugador de básquet en esta familia, ya tuvimos uno. Quiero abogados, quiero expertos en finanzas, quiero personas que hagan algo distinto. Una de mis hijas es directora de marketing en Pepsi, y para mí eso vale oro. Les enseño que lo más importante es la educación, divertirse y ser ellos mismos, sin intentar copiarme.
A menudo me preguntan si no temo que mis hijos se rebelen por ser tan estricto, como lo fue mi padre conmigo. Mi respuesta es no. Ellos crecieron en una realidad completamente distinta. Mientras yo me formé con disciplina militar, en entornos duros y con un padre que me veía como un líder en formación, no como un seguidor, mis hijos nacieron en un ambiente cómodo, en comunidades cerradas, lejos de esas mismas pruebas y tentaciones.
Y claro, quieren acceder a lo que he construido. ¿Y quién no querría? Pero hay reglas. Les dije: “Para tocar el queso de papá, necesitas tres títulos universitarios.” Al principio se molestaron. Me miraron con cara de “¿tres?”. Pero yo creo en el nepotismo respetable. Si vas a heredar algo, primero demuéstrame que sabes cuidarlo.
El nudo, el momento que lo cambió todo, vino con mi hijo mayor. Sacó puros dieces. Estaba orgulloso. Me pidió un premio. Me llamó un vendedor de Tesla: “Su hijo quiere un Tesla.” Le dije: “¿Tesla? No, no, no… él va por un Honda.” No era por el coche, era por el mensaje.
Vi el caso de un joven al que su abuela le dejó 250 millones, y aun así su padre lo puso a limpiar baños en un estadio. Hoy ese muchacho es vicepresidente. Eso me inspiró. Porque la herencia más poderosa no es el dinero. Es el carácter.
Y por eso les repito siempre, con cariño pero con firmeza:
“Nosotros no somos ricos… yo soy rico.”
—Shaquille O’Neal sobre cómo educa a sus hijos con amor, exigencia y visión de legado.